Una nueva tragedia se vivió antes de ayer en los barrios de Quito, y como la “toma 2” de la grabación de una película, el escenario se repite tristemente: los poco precavidos padres, el pequeño y curioso niño, el perro de la casa confinado a una terraza o encandenado permanentemente, y la poca educación en tenencia responsable de un animal de compañía, completan el cuadro con un final doblemente triste, la muerte del niño por el ataque del animal, y el asesinato salvaje del perro en represalia por su acción instintiva.
Recuerdo el año 2009, cuando en un episodio similar la televisión nacional abierta transmitió en horario estelar la “cacería y ejecución” de dos “malvados y temibles” perros que mataron a un niño de 7 años a quien su madre lo había enviado a dar de comer y jugar con dos animales adultos encargados en su casa desde hace apenas 15 días antes y que se mantenían confinados a una terraza y sin socialización alguna. Recuerdo la tristeza de poder ver por la pantalla el llanto de la madre conjugados con los balazos que uno tras otro les propinaban los policías, quienes no encontraron otro proceso dado su poco conocimiento sobre una captura menos violenta (que hasta habría favorecido para mantener a los animales en observación en busca de alguna enfermedad zoonósica) .
A la final dos muertes que se pudieron evitar, la humana y la animal, si tan solo pudiésemos ser un poco más responsables.
Encima de eso, me aventuro a decir que sin pérdida de tiempo ya el día de hoy comenzaron los abandonos de perros de raza pitbull, rottweiler, pastores alemanes y cualquier otro considerado como peligroso. Con toda la certeza ciudadanos comenzarán a solicitar a las autoridades de salud que se elimine con premura a los perros callejeros, o peor aún, tomarán la decisión ellos mismos de practicar envenenamientos masivos; en el mejor de los casos estos animales llegarán a abarrotar las sociedades protectoras de la ciudad causando más presión sobre su trabajo.
¡Cuánto resta por hacer! Cuánta generación de política pública al respecto le faltan a las entidades del estado, cuánta actividad de educación resta impartir por para las autoridades, cuánta carga para las sociedades protectoras quienes están todavía cubriendo las obligaciones de la institución pública, cuánto descuido existe aún por parte de los padres de familia, y cuánto siguen aún sufriendo los animales de compañía por los estigmas colocados por un sector de la sociedad y algunos medios.
Que estos casos no vuelvan a repetirse…
Que no paguen los inocentes: ni niños, ni animales…