En la sociedad actual, el consumo de animales, partes de animales o elementos provenientes de animales es simplemente desmesurado.

Estimaciones del Foro Económico Mundial indican que ya en el año 2019 alrededor de 19 mil millones de gallinas, 1.5 mil millones de vacas, mil millones de ovejas y mil millones de cerdos son criados anualmente para consumo; un número que es tres veces mayor al total de la población humana, de la cual solo una fracción gusta o tiene acceso a su consumo.

Al mismo tiempo, diversos estudios señalan que solamente la crianza de vacas para la producción de carne y leche es responsable de más de la mitad de la emisión de gases efecto invernadero (GEI) que genera toda la industria de uso de animales; estos GEIs son los principales elementos que producen el cambio climático. Por tanto, la industria cárnica persé genera un impacto aún más nocivo que industrias como el transporte. 

Para criar, transportar, mantener, albergar, matar, faenar y comercializar semejante cantidad de animales, la industria ha creado procesos masivos y automatizados, donde se tratan a los animales como objetos (no como sujetos), bajo la lógica de una cadena de producción dejando a un lado por completo sus necesidades como especie, su deseo de no sufrir y no morir, y manejándolos como grupo, no como individuos con requerimientos propios. 

La industria de la carne, leche, pieles y órganos de animales es extensa y para su existencia requiere de grandes terrenos por lo que las tasas de deforestación y apropiación de espacios acuáticos también son parte de los impactos de estas actividades; es lo que se conoce como expansión de la frontera ganadera y pesquera.